Entrevista con José Ramón Ripoll

Una revista de culto

La revista Atlántica de Literatura se constituye en una de las impetuosas trincheras de la imaginación poética en lengua española, y cada uno de sus números despliega un abanico de asombros que nos es imprescindible. Realizada con delicado cuidado y siempre atenta a saciar la sed de los lectores internacionales, al final de este mes aparecerá el número del presente año, ataviado de videncias y palpitaciones llegadas de Colombia, con una extensa lista de representativas voces: Elkin Restrepo, Anabel Torres, Luis Aguilera, Juan Gustavo Cobo Borda, Horacio Benavides, Samuel Jaramillo, Omar Ortiz Forero, Antonio Correa, Santiago Mutis, Piedad Bonnett, Amparo Osorio, Guillermo Martínez González, Eduardo García Aguilar, Rómulo Bustos, William Ospina, Pedro Arturo Estrada, Fernando Linero, Gustavo Adolfo Garcés, Fernando Herrera, Juan Carlos Galeano, Hernando Cabarcas, Nicanor Vélez, Mauricio Contreras, Jorge Cadavid, Rafael del Castillo, Ramón Cote, Gonzalo Márquez Cristo, Pablo Montoya, Francia Elena Goenaga, Gloria Posada, Fernando Denis, Juan Felipe Robledo, María Clemencia Sánchez, Federico Díaz Granados, Lucía Estrada y Andréa Cote, entre otros.
En la siguiente entrevista, José Ramón Ripoll, escritor, musicólogo y director de esta publicación ya mítica, sofoca algunas de las más inquietantes mordicaciones e interrogantes sobre la función poética en un mundo manchado por el mohín de lo prosaico.


La teoría furibunda de la “Conciencia prosaica” que parece invadir el mundo, es que la poesía ha dejado de existir devorada por todos los artificios de la post-modernidad y que representa la voz de lo anacrónico, lo parasitario y lo inútil. ¿Cómo responder a esta lúgubre avanzada?
La poesía en su sentido más profundo no puede dejar nunca de existir, porque sería como renunciar a nuestra memoria y a nuestro ser más esencial. Sin embargo, el mundo posmoderno la asume más como género literario –por supuesto vendible- que como visión de la vida. Ella es introspección, indagación, conocimiento, desvelamiento de la realidad más allá de sus máscaras, y eso ahora choca con el paquete de medidas mediáticas y globalizadoras que tienden a convertirnos en servidores de lo fácil, rápido, tangencial y gregario. La poesía hace al hombre más libre y lo rebela contra el pensamiento único, algo que está más allá de gobiernos y coyunturas nacionales. La poesía nos distingue de la muchedumbre y eso no interesa. Por el contrario, se promueve una “literatura en verso”, paradójicamente prosaica, que cubra en apariencia el espacio emocional del lector-consumidor, textos que están más cerca formal y sentimentalmente del mundo de los cantautores que del complejo laberinto de la poesía.


Háblenos de las voces que, a su juicio, son las más representativas de la hora presente en la poesía escrita en España.
Pienso que no se puede hablar de una pues son muchos los caminos y variados los estilos, aunque algunos de ellos se conozcan menos que los surcados por los poetas extremadamente figurativos o neorrealistas, o “de la experiencia”, como les gustó llamarse en una primera etapa. Hay nombres que practicaron este tipo de escritura y han evolucionado, probando “otras experiencias”, como es el caso de Vicente Gallego. Naturalmente quedan voces vivas de anteriores generaciones que siguen sorprendiéndonos con nuevas entregas, a veces con más fuerza y singularidad que los poetas más jóvenes, como son los casos de José Manuel Caballero Bonald, que vivió en Colombia, y eso se nota en su expresión; el apartado Carlos Edmundo de Ory, autor de una obra muy singular, más paralela a la poesía europea que a la española; Francisco Brines o Antonio Gamoneda, también escondido durante mucho tiempo y, hoy día, uno de los registros más influyentes entre nuestros contemporáneos.
Me atrevería a citar, por su innovación lingüística y su conexión con cierta poesía americana -vía Octavio Paz- a José Miguel Ullán, que acaba de reunir su obra, forjador de una estirpe a la que pertenecen en cierta manera Olvido García Valdés y Esperanza Ortega, dos discursos que exploran las raíces de la materia y el espíritu más allá de las apariencias, desde una amplia y sensible visión. Un poeta único, tanto por su dicción personal como por la riqueza de su estilo, es Andrés Sánchez Robayna, heredero en gran parte de José Ángel Valente y, a su vez, forjador de una escuela que incorpora ritmos, imágenes y maneras procedentes de otras tradiciones. Su poesía es esencial y ardiente, desveladora de los signos del universo, sin hacer concesiones a la galería, acude al centro de la llama para hablarnos del fuego y su naturaleza, aunque se queme.
Entre bambalinas se esconde Eloy Sánchez Rosillo, que acaba de publicar un poemario exquisito -Oír la luz-, reconciliador con la vida y la existencia, desde una madurez dichosa y agradecida, que viene a confirmar una obra ya hecha y consistente. Yo señalaría también a Clara Janés y a Ana Rossetti, muy distintas las dos. Una, tranquila y buscadora del centro de las cosas sin cesar, el ser más puro; la otra, en sus primeros pasos muy erótica, también participante de cierta mística contemporánea. Si hablamos de representatividad, los más leídos e imitados son Felipe Benítez Reyes y Luis García Montero, autores ya de una copiosa obra bien sustentada en sus propios andamiajes y coherente con sus premisas. También voy a nombrar a dos representantes, bien diferentes entre sí, de la lengua catalana, y no porque sean los únicos, sino porque me parecen muy personales y no tengo espacio para más: Jaume Pont, poeta nuclear y sin rodeos, pero desde una música sensual y mediterránea, y Joan Margarit, que poeta que extrae belleza del dolor, a través de la memoria, la observación, la entrega y la escritura, a quien acaban de otorgarle el Premio Nacional de Poesía. Y entre los más nuevos tendríamos que mencionar a José Luis Rey, voz madura y ya hecha, pese a su juventud, en lucha aún entre la tradición y su propio discurso, como la de Javier Vela, Rafael José Díez, Carlos Pardo, Mariano Peyrou, Goretti Ramírez, Antonio Lucas... Hay más, muchos más, pero como son mis amigos, no los nombro.


En Latinoamérica la batalla de los poetas, editores de poesía y en general de todos los que intentamos vigorizar la palabra esencial es dura, aciaga y constantemente amenazada. ¿Sucede lo mismo en países como España y las otras naciones que tienen asiento en el “mundo desarrollado”?
Claro, a pesar de que existen muchas editoriales, premios, ayudas, revistas y todo tipo de plataformas que hacen pensar que a los poetas les ofrecen todo en bandeja, no es así el asunto. Es verdad que hay poetas que por sus capacidades de adaptación y, quizás por la falta de compromiso con su contemporaneidad y con su propio lenguaje, están todo el día en candelero, pero para aquel que disfruta- como dijo Goethe- con el resultado del poema, y no con el éxito y la fama, todo se le pone un poco más difícil. Las editoriales de poesía, por regla general, favorecen a los primeros porque quieren vender, ser exitosas a la vez, recibir el reconocimiento de los lectores y las prebendas oficiales. Es un círculo vicioso, porque así se oculta o se da con cuentagotas la otra poesía, o la poesía en definitiva. Los jóvenes poetas, aunque viven en una aceptable diversidad, terminan a veces por acomodarse a las reglas tácitas para publicar y ser premiados. Los premios, que deberían ser un acicate, un reconocimiento y un aliento, terminan por constituirse en un circuito cerrado y corto. Si prestamos un poco de atención, observaremos que la mayoría de los premios importantes, convocados por tal o cual institución, están publicados por unas pocas editoriales que, en muchos casos, es el editor quien elige al jurado. Y si hacemos un leve recuento, no son más de treinta escritores y críticos -siempre los mismos- los que ocupan plaza en todos los galardones.


¿En qué ha contribuido una revista de culto como RevistAtlántica a la fundación de la nueva poesía hispanomericana? Coméntenos sobre la intención editorial del número que está por aparecer sobre Colombia y cuáles poetas han sido invitados.
RevistAtlántica de poesía nació con la ambición de constituirse en un órgano de expresión poética iberoamericana. Desde su fundación en 1991, hemos publicado a cientos de poetas españoles, europeos o asiáticos. Pero podemos calcular que un alto porcentaje de sus páginas están escritas por chilenos, colombianos, argentinos, cubanos, etc. Desde el principio creímos, tanto la Diputación Provincial de Cádiz, como el equipo que realiza la revista –en el que ha destacado la labor del subdirector, el poeta Jesús Fernández Palacios-, que en la poesía podríamos encontrar el sustrato de nuestra semejanza y, por tanto, de la comunicación entre los dos territorios. No sé si habremos cumplido nuestros objetivos del todo. Nos gustaría no tener problemas de distribución y que la revista llegara a todos los puntos de América, y abrir sus páginas a poetas más jóvenes o menos conocidos en España y Europa.


El regreso de los dioses, tan necesario y trascendental, parece postergarse hasta el infinito: ¿cómo convocar de nuevo su presencia? ¿Cómo invocarlos hasta que nos devuelvan su resplandor trascendente?
“Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo...” Este es el comienzo de Espacio, el largo poema de Juan Ramón Jiménez y quizás uno de los más importantes de la lengua castellana. Realmente pienso que el único dios que puede volver es aquél que descubrimos en nuestro ser más profundo, esa esencia interna que apenas conocemos y que, cuando la descubrimos, nos conecta con el otro y con la totalidad.


Europa debe reinventarse nuevamente, buscar nuevos caminos y batallar con su legión de espectros. ¿Qué papel jugará la palabra poética en esta re-fundación?
Estamos pasando por un momento de crisis económica bastante importante en todo el mundo occidental, a la que acompaña una falta de valores éticos, una baja conciencia moral y una estética demasiado gregaria y uniforme, probablemente fruto de una planificación global mal concebida desde el primer momento. Europa no se salva de todo esto, pero no porque sea el foco arcaico y, a veces, consumido, del canon cultural, sino porque es también víctima y parte de un escenario mundial cada vez más bárbaro. Además, a eso se le añada una falta de liderazgo político que haga factible y da peso específico a su cohesión, si es que es verdad que esta existe. Todos tenemos la obligación de reinventarnos si queremos permanecer, incluso los más vírgenes, incluso las personas que amanecemos todos los días y no queremos seguir haciendo y diciendo las mismas cosas. Es verdad que los europeos explotamos demasiado nuestra mitología y nuestra racionalidad. La Ilustración ya es un mito, al que recurrimos cada vez que un signo, un sueño o una palabra nos descoloca. Siempre la poesía ha sido punta de lanza para indagar y señalar, indicar nuevas rutas, a veces ocultas por la hojarasca y por la herrumbre de una determinada tradición. Recordemos a Blake, o a Baudelaire, o a Celan. Ellos atisbaron un territorio nuevo cuando todo parecía baldío. Hoy la palabra es futuro, a la vez que memoria, porque no podemos olvidar el origen, lo que fuimos, el canto primero, que es lo que quiere la pandilla de bandidos globalizadores que nos mandan y roban. Quieren que nos olvidemos hasta de nuestros nombres, desean una sociedad que padezca “globalmente” la enfermedad de alzheimer, que no recuerde ni sus caras, ni lo que nos adeudan. La palabra poética es un instrumento necesario y útil para enseñarnos la otra cara de la realidad, para despertar la conciencia adormecida y plana.


¿Qué tan afortunado ha sido el regreso del socialismo en su país?
Bueno, lo que en nuestro país ha regresado ha sido un gobierno elegido democráticamente con ideas sociales tendentes a una izquierda moderna y libre. Recuerdo que cuando el Partido Socialista ganó las elecciones por primera vez después de la muerte de Franco, asistí a un programa de escritores en Estados Unidos y me incluyeron en un panel de discusión sobre socialismo y literatura, junto escritores búlgaros, soviéticos, polacos y de Alemania Oriental, antes de la caída del muro. Tuve que explicarle a los americanos que el socialismo español no tenía nada que ver con los países del Este, ni con el realismo, ni con la estatificación. Dentro de los márgenes que nos deja la libre economía de mercado, ser socialista hoy se limita a velar por el bienestar y la seguridad del ciudadano, que no es poco, a cuidar el medio ambiente, a asegurar y subir las pensiones, a garantizar la sanidad y la enseñanza públicas, a esforzarse porque la justicia funcione y que no se cometan desigualdades ni se discrimine a nadie por razones de sexo; a castigar la violencia de género, promover un plan razonable y solidario de inmigración y, sobre todo, devolvernos la dignidad y por no andar prosternado ante el inquilino de turno de la Casa Blanca, no entrar en ninguna guerra ni invadir ningún país en contra de las leyes internacionales. Creo que el gobierno socialista se ocupa de todo esto, promulgando leyes de carácter progresista que, a unos gustan más y a otros menos. Todas estas cuestiones, que deberían ser elementales en una sociedad democrática moderada, en España, y ya en Europa, tienen que ser pilotadas por los gobiernos de izquierda. En nuestro país, todo estaba en peligro tras ocho años de gobierno conservador y de la ultraderecha. De hecho, nos metieron en la guerra de Irak en contra de la voluntad ciudadana, y fue el presidente Zapatero quien retiró las tropas de la zona al segundo día de su mandato. Quizás deberíamos cambiar el modelo de reparto de riquezas y acabar con las injusticias económicas, pero eso es otro cantar que no depende sólo de la voluntad de un gobierno nacional, ni en Europa, ni en el mundo.