Por Gabriel Arturo Castro

El tema del compromiso del escritor vuelve a presentarse en épocas de crisis de la sociedad, más cuando actualmente existen circunstancias decisivas y riesgosas de mutación y de cambio. El presente momento es complejo y doloroso, tiempo de tránsito que ocasiona la aparición de nuevos dispositivos del poder político que influyen a su vez sobre el saber y el pensamiento.

El primer deber ético de quien escribe es con su propio arte, su lenguaje y la calidad de la obra, lo cual le permitirá estar convencido y convencer.

Expresar la realidad –o recrearla, rehacerla- en el mundo literario, supone una gran dificultad: hacer frente a una tensionante actividad, transformar las ideas establecidas, organizar un universo valiéndose del sentido de las palabras y saber que ellas resuenan al interior de los hombres.

Al respecto, Noé Jitrik señaló que escribir es una tarea solitaria y aventurada, consistente, no en un acto mecánico de adornar conceptos con palabras que nunca adquirirán peso ni significación, sino en un quehacer que modela un objeto vivo, al cual se le exige estar siempre significando algo. De lo contrario “la obra será tan sólo una apariencia, un ropaje puesto sobre un fantasma”.

La significación a través de la creación y la lectura supone una comunicación activa, un diálogo al interior de un ámbito colectivo originado en lo individual. Es lo que va de la subjetividad creadora a la proyección social de la libertad, del sentimiento a la reflexión.

La auténtica literatura artística realiza la preocupación y la advertencia por una inteligencia divergente, sumándole a ésta el pensamiento crítico. Se ha de buscar caminos, dice Noam Chomsky, para liberar el impulso creativo y no para establecer nuevas formas de autoridad.

Partiendo de la obra podemos efectuar juicios, un examen de la creación, su interrelación social, política y estética.

Todo lo contrario a lo que sucede hoy: las obras son acríticas, irreflexivas o conformes con la institucionalización de un lenguaje uniforme, concordante con los intereses dominantes de una minoría en el poder, actitud que limita la labor vital, dinámica y sólida del escritor.

Guillermo Rendón escribió que a partir de las culturas urbanas de la Antigüedad, el arte fue puesto al servicio de las monarquías feudales, para eternizar la gloria del soberano. Desde el Renacimiento hasta mediados del siglo pasado, el arte continuó, bajo el punto de vista de la economía, siendo tratado como “valor de cambio”. “En efecto, ¿cómo podemos calificar sino de aberrantes transacciones como aquellas que atraparon numerosos cuadros de un artista comprometido como Picasso, y los depositaron en las cajas fuertes de los millonarios, en espera de mayor cotización?”.

Ante esto, ¿cuál ha sido la actitud del artista? ¿Resignación? ¿Rebeldía controlada, protesta asimilada? Nuestros artistas compiten con un arte, enfatiza Rendón, de fácil factura publicitaria. La política y la publicidad comercial les proponen a los creadores la abolición de sus pequeñas libertades, ya asimiladas a través de la censura, la burocracia, combinaciones numéricas, halagos oficiales o prebendas de las instituciones fetichistas, quienes construyen mitos falsos, “artistas” con poderosas máquinas económicas detrás. En últimas se patrocina un arte decadente para un público en estado hipnótico.

El compromiso se ha normativizado alrededor de un arte conservador, monárquico o de carácter decimonónico, el cual acepta la inexorabilidad de la realidad sociopolítica, y predica, por lo tanto, la extrema moderación, la neutralidad, la indiferencia, el alejamiento de toda posibilidad de ruptura, independencia o autonomía.

Se ha conseguido el aislamiento, la domesticación y la moderación exagerada del escritor, y su mordaza lo margina de un trabajo que va más allá de lo subjetivo y emocional, negándole el análisis y la comparación de esa realidad.

Su inercia no le permite ver que la utilización misma de la palabra va de lo particular a la práctica social de un grupo de lectores, ejercicio de un arte que puede indicar alternativas de libertad y dignidad humana.

Es preciso, en este y todo tiempo, un compromiso que confronte constructivamente a la sociedad, aporte el esfuerzo para mejorarla e impida todo probable sometimiento -pasivo e ingenuo- de lectores y creadores.

*Poeta y ensayista colombiano