Antonio Correa Losada, bajo el volcán

El poeta colombiano (Pitalito, 1950) residente desde hace cinco años en Ecuador, relata para los lectores confabulados los avatares de su importante experiencia editorial, sus búsquedas estéticas y las dificultades inherentes al confrontamiento político de nuestras dos naciones. Correa, declarado recientemente ciudadano honorario en su país de exilio por su extensa labor intelectual, y quien fuera el soñador y Coordinador General de la extraordinaria Fiesta Internacional de la Cultura de Quito, fundada el pasado noviembre, acaba de publicar su quinto libro de poemas: Crónica de Magdalena River, ratificando su profunda voz colmada de ecos primigenios. A continuación un pensamiento que indaga sobre la realidad, en pugna incesante con sus misteriosas fuentes creativas.

Ser un colombiano en Ecuador aporta una visión distinta, un matiz significativo y único al actual estado de tensión entre los dos países. ¿Qué nos puede referir al respecto?

Ser de un país es encontrar el espacio que nos permita movernos silenciosos con nuestro desasosiego, marcados por una geografía de montañas, ríos secretos y rumorosos, inesperadas planicies, sueños e inequidades. Pero lo que nos hace habitar un sitio es la palabra, amplia, sonora y detenida en la garganta. Es lo que llaman la sonoridad de los pueblos.

Entonces ¿qué es un país? Los individuos somos animales sensibles que buscan su propia subsistencia y en un extrañamiento de sonidos, encontramos la solidaridad, el lugar del trabajo, los atisbos del amor y su más contradictorio espejo que es la justicia.

Los países en esencia deben ser fronteras abiertas a la condición humana, más cuando la vecindad los ha hermanado con una historia y vivencias comunes, como es el caso de Colombia y Ecuador. El lastre de dolor que vivimos los colombianos, no puede llevarnos a que las fronteras se abran sólo para contagiar al vecino con la violencia de la guerra y no para valorar el esfuerzo que hace un país solidario con miles de ciudadanos desplazados por un crónico conflicto. Esto es lo que no se conoce sobre lo que sucede entre nuestros países. El Presidente Uribe de Colombia -desconociendo los principios elementales de soberanía de un país- pretende “democratizar la guerra” al exigir a sus vecinos que se involucren en su conflicto interno, como lo hace Estados Unidos en el mundo para imponer su concepto de democracia.

Fuera de cualquier estereotipo con el que se pretenda desconocer al otro, ser colombiano en Ecuador es comprobar desde aquí esta situación. En mi caso de colombiano vinculado al Ecuador durante muchos años, he recibido la doble ciudadanía por mis servicios culturales prestados al país, gesto que me honra y testifica el deseo de un gobierno de borrar la falsa convención de tránsito u obstáculo denominada frontera.

Usted es uno de los forjadores de la Feria Internacional de la cultura de Quito…

Siempre el Ecuador fue visto como un país menor enclavado en los Andes, donde el paisaje era una hacienda diseminada por miles de indígenas y mestizos blancos pobres, regados en sus ondulaciones de niebla y en las agrestes costas del Pacífico, como animales de carga. Pero es un pueblo que se negó al sojuzgamiento, aunque con su sangre se formaron las ciudades que hoy delinean el Ecuador contemporáneo, que conformó un país encerrado en sí mismo, con un habla circular y en gerundio, que fue sometida al aislamiento por quienes se apoderaron de sus territorios ancestrales, como sucedió en toda América Latina.

Toda escritura nace de un asombro y de un terror. Los nativos cronistas vieron lo primero. Los que los siguieron registraron la exclusión y el abuso, los siguientes vieron hombres y mujeres de pie, cantando sus tonadas, su sexualidad, sus dosis de violencia, y desde los inicios del siglo XX, jóvenes ansiosos encontraron una nueva mirada con lo que sucedía a su alrededor, más allá de las montañas y las ciénagas y crearon una escritura que enriqueció las literaturas de vanguardia que se generaron en América Latina.

Este aislamiento provocó un estado de sopor angustiante, que llevó a un desencantamiento de todas las expresiones y los nuevos escritores buscaron vincularse a un diálogo tenue y esporádico con lo que sucedía en otras latitudes. Podemos decir que el Ecuador entra a la literatura hispanoamericana a partir de los años treinta.

Con este antecedente y como quien busca salir por fin de su letargo, desde finales de los años 80 en Ecuador se suscitó una gran actividad cultural y un puñado de escritores viaja por el mundo y poetas, novelistas y cronistas de otros países hablan y participan en diversos ámbitos ecuatorianos.

En este espíritu, el Ministerio de Cultura del Ecuador, dirigido por Galo Mora, creó la Fiesta Internacional de la Cultura, que se realizó del 25 al 30 de noviembre de 2008, en el espléndido Centro de Convenciones Eugenio Espejo de Quito, así como en el MAAC de Guayaquil y en apoyo al Encuentro de Literatura en Cuenca.

Sus gestores encabezados por el Ministro Mora y su asesor Efraín Villacís, con la dirección de Guido Tamayo y con mi coordinación, logramos conformar el evento cultural más sobresaliente del año, al convocar a los escritores consagrados y jóvenes talentosos de América Latina, España, Brasil, China, Estados Unidos y Alemania. Fueron 12 países, 40 escritores ecuatorianos participaron como anfitriones, en conversatorios libres y alejadas de todo academicismo durante seis días.

La música, la poesía, el cine, la narrativa, el cómic, la crónica, tuvieron un amplio y fructífero diálogo. 150 actos en exposiciones de fotografía, entrevistas y presentación de libros. Una fiesta cultural donde el libro fue su eje principal. Los sellos editoriales de reconocida importancia de América Latina y Ecuador, expusieron sus novedades. En la fiesta se dieron cita más de 40.000 personas de todas las edades, ávidos de gozar la cultura. Llegaron amas de casa, universitarios, jóvenes trabajadores, escritores y artistas, en forma gratuita y en su mayoría en transporte ofrecido por el evento.

En 1978 el Círculo de Lectores convocó a los escritores vivos más prominentes del momento como Jorge Luis Borges, Álvaro Mutis, Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama, Luis Goytisolo, entre otros; y sólo 30 años después el Estado ecuatoriano -por primera vez con esta fiesta- realiza un evento de tal magnitud y calidad.

El paisaje y la luz del Ecuador, que fueron tan caras a Henri Michaux y otros grandes artistas, ¿ha logrado modificar su lluviosa poesía, después de una ya larga permanencia y comunión con esta maravilla solar?

La impresión del paisaje y su esencia de luz, marca en nuestro espíritu una particular y secreta comunión de acercamiento y distancia. En los años 40, cuando llegó Henri Michaux invitado al Ecuador por el poeta Alfredo Gangotena, vio con turbación unos Andes oscuros, donde hombres pequeños de ensanchados tórax atravesaban la Plaza de San Francisco en Quito, con enormes bultos ligados a sus cabezas para soportar en sus espaldas el peso de la carga, como quien sigue los pasos de una danza cruel.

A finales de los años 70 y cerca de cumplir veinte años, llegué al Ecuador y percibí que había entrado a un mundo desconocido que sentí como mío. Amé mujeres bellas, viví en los hoteles del Centro Histórico, escribí mis primeros poemas, me embriagué hasta la saciedad con mis nuevos amigos, conocí los cuentos incomparables de Pablo Palacio y los poemas de Espacio me has vencido, del Fakir Dávila Andrade. Nunca había visto un volcán con su cono de nieve y nunca mis ojos habían visto una luz tan variable y luminosa como la de Quito. Estas sensaciones se fueron cristalizando desde mis primeros intentos de escritura y en el proceso lento de la memoria y su vivencia, enriquecieron mis poemas. Luego, se ampliaron y modificaron cuando conocí la selva y el Río del Amazonas y retorné a ese Ecuador trazado a escala humana.

Usted coordina dos importantes y diferentes revistas en Quito. El Búho y Encuentros. ¿Cómo congenia esas dos experiencias?

Desde joven he estado vinculado al mundo de los libros. Desde su promoción en sectores aislados hasta la escritura, producción y mercadeo en Bogotá y el D.F. de México. En Ecuador fui el primer editor del Círculo de Lectores y colaboré en la difusión de proyectos culturales y en los últimos años, estuve al frente de la edición de publicaciones masivas que realizó la Campaña Nacional Eugenio Espejo por el Libro y la Lectura.

Las revistas culturales siempre me han atraído por ser los productos editoriales más cercanos al libro. Son encuentros privilegiados donde se democratiza la lectura. En esencia son una brújula que nos conduce a hallazgos inesperados y a excepcionales reconocimientos donde impera la labor cultural y no sólo un afán comercial al imprimirle al gusto un carácter formador permanente.

Con estos criterios consolidé la nueva época de la Revista Encuentros del Consejo Nacional de Cultura de Ecuador. Fundé la Revista Imaginaria de Cultura del Gobierno Provincial de Pichincha, alejada del concepto pesado con que desafortunadamente se manejan la mayoría de las publicaciones oficiales. Colaboro con revistas independientes, como El Búho, que acaba de cumplir sus cinco años y con la revista El Apuntador, dedicada a las artes escénicas en Latinoamérica.

En el Ecuador como en Venezuela parece asistirse a una revolución cultural, de la que usted hace parte… ¿Los libros cuyo precio es un dólar, las tiradas masivas y la democratización de la cultura están cambiando la fisonomía del lector latinoamericano?

Desde los procesos nefastos de la globalización capitalista, la industria editorial ha salido en forma desvergonzada al encuentro comercial de un público sólo para satisfacerlo en sus deseos más obvios y en sus expresiones más efímeras, desdeñando sus intereses profundos y permanentes, como debe ser el de la edición cultural en su función lúdica y formadora.

Experiencias editoriales como las de Ecuador en los últimos cinco años, donde los libros del pensamiento y la tradición ecuatoriana se distribuyen en forma creativa y al precio de un dólar junto a las planillas de los servicios públicos, Venezuela con obras de autores latinoamericanos y del mundo a precios populares. Colombia en la época de los setenta y, Argentina y México, cuya tradición de difusión del libro fueron el eje formador para varias generaciones -rompieron el mito de que nuestras poblaciones no les interesaba la lectura- comprobaron que sólo con propuestas diversas y accesibles asociadas con el Estado, los jóvenes y adultos de todas las condiciones encuentran en el libro y su lectura, la principal fuente de goce y de conocimiento.