La navidad o la extorsión

Si bien la agenda de los mercaderes de realidad, dueños de la fábrica de anhelos levantada para el solaz y esplendor de la “selecta” minoría, es siempre una cadena de reclamos y llamados simbólicos, destinados a que nos integremos, no importa de qué forma ni con qué método, a la escabrosa e insaciable internacional del consumo, es en la Navidad donde se exhibe con mayor impudicia su faceta de cruel exterminadora de conciencias.

La navidad agrega a la exigencia de consumo un elemento litúrgico y una sospechosa nostalgia, que cabalgan sobre la psique colectiva dejando a su paso una estela de incompletud, de carencia física y moral, de extorsión enardecida. En ninguna otra temporada del año se sienten con más rudeza los abismos existentes entre las clases sociales, entre los herederos y los desheredados, entre los que tienen propiedades y los que tienen deudas, entre patrones, siempre escamoteándole a sus trabajadores un puñado de monedas y los que, merced a eso, padecen el salario del miedo: distancia brutal cercana a lo obsceno, pariente de la pornografía.

Caminar por las ciudades luminosas encontrando a cada paso la oferta comercial, las vitrinas ampulosas, las promociones y la figura grotesca de Santa Claus, viejo zorro de la artimaña psicoanalítica, bribón desvergonzado y ridículo, y filibustero para adolecentes de todas las edades, es sentirse obligado a tener dinero, a saquear los ahorros y a llevar entre el bolsillo una tarjeta de crédito. El comercio, rey de reyes -para utilizar palabras bíblicas-, es el gran inquisidor de estas semanas, y parece buscando, como un Torquemada disfrazado de bondad carnavalesca, a los herejes que no participan, por lucidez o pobreza, del reino de las necesidades.

La imposición de una felicidad banal cuya génesis y explicación es el delirio insensato de adquirir cosas, de regalar y ser regalado, de participar de la orgía superflua así sea de prestado o recurriendo a metodologías poco ortodoxas, son las melancólicas características de la dicha y el jolgorio decembrinos.

El que no tiene no participa de la visión celeste, no está invitado al nacimiento de Dios: Los que no son ricos son los expulsados del pesebre.

La paradoja es tan pronunciada, tan anti-religiosa e inhumana que la mayor parte de los niños nunca sabrá quién llegó a la vida en el pesebre, y mucho menos por qué se sacrificó paladeando la amarga desolación del mundo.

Con-Fabulación aparecerá nuevamente la segunda semana de enero.

¡ Cuídense de la Navidad !