El escritor y su veneno

Por Henry Posada *

Nací en un país donde parece que el personaje de la película de Milos Forman, interpretado desde la penumbra por Murray Abraham, Antonio Salieri, estuviese clonado y es que el temperamento hepático, el emponzoñamiento, la mutación de Salieri ante el genio de Mozart, es ya una forma de vida entre algunos de mis congéneres y si quieren comprobarlo vayan a la página del más pintoresco de nuestros pintorescos, donde tiene sus cloacas virtuales, y lanza sin conmiseración denostaciones, infamias, amenazas de muerte y su desasosiego parece no tener pausa. El día que no comete una mala acción se despierta sobresaltado a pedirle a San Salieri que lo ilumine. Confieso que he sido susceptible de padecer del mal de Salieri y en las noches los monstruos que engendra no dan tregua y entonces mustio debo al día siguiente hablar con quien provoca tales espasmos y desgarramientos estomacales; no sé de dónde provenga éste mal, si está instalado en el cromosoma 127, si es congénito, si hace parte de nuestras memorias más olvidadas, si está en el lóbulo derecho o el izquierdo, en todo caso aprovechando los descubrimientos del genoma humano hay que extirparlo en aras de una altísima existencia, lo contrario es vivir reptando cual alimaña, ensombrecido, agazapado, dejando falsas evidencias de infidelidad como Yago, el personaje de Shakespeare, buscando el derrumbamiento de Otelo y la muerte de Desdémona, su enamorada; amangualado con otros de su especie como Marco Bruto, el tristemente célebre personaje de la tragedia Julio César del mismo Shakespeare, quien lo apuñala en el capitolio, movido por el mal de Salieri: la envidia.

En este país de naturaleza endogámica cada tribu tiene sus odios y recelos y hay que estar atento y ser cuidadoso de mostrar desprevenidamente simpatías, porque puedes perder tu primogenitura o ser condenado al exilio; en el Parnaso donde los rapsodas se pasean con sus egos como catedrales góticas, es difícil buscar acuerdos, hermandades, mirar en una sola dirección, sin que ello implique traicionar las convicciones; he visto a los demiurgos platónicos batiéndose en duelo con furiosa mezquindad y emponzoñamiento que no tienen siquiera los malandros, quienes tienen códigos de honor y son magnánimos a la hora de reconocer al enemigo; he visto las fraternidades más hermosas en el Olimpo de las letras despedazarse luego con enconado odio, y con entusiasmo “uribista” lanzar esputos sanguinolentos y pedir la horca para quienes fueron sus antiguos camaradas; escupiendo lava y con el sistema nervioso desmadejado buscando la lírica garganta de un ruiseñor de las letras. Cuando era un niño y todo era para mí un aletazo de maravilla y como un bobo alucinado extendía la mano en la biblioteca de mi padre para alcanzar un volumen de Emilio Salgari, Mark Twain, y memorizaba poemas de Rafael Pombo, y leía embelesado La parábola del retorno: ¿decidme, es esta la granja que fue de Ricard?…. qué lejos estaba de saber que detrás de esos espléndidos versos, de esas maravillosas novelas como Las aventuras de Tom Sawyer, había hombres comunes y corrientes que padecían la envidia, el odio, la soledad, la inseguridad y un narcisismo insuperable…

Escritor y periodista colombiano