El fantasma de la telenovela ronda el cine colombiano


Por Carlos Palau

El director de cine caleño, autor de filmes como A la salida nos vemos, Hábitos sucios y El sueño del paraíso, ha sido un perpetuo y lúcido diletante en el tenso diálogo que los artistas del séptimo arte mantienen con sus negociantes, y no en pocas ocasiones se ha enfrentado contra el engranaje equívoco de la llamada industria cinematográfica. Rebelde genuino, sus opiniones le han llevado con frecuencia al potro de tortura y a las reprimendas de la censura. De ahí que su visión de la actual circunstancia de nuestro cine sea muy valiosa.

Este artículo cedido por su autor a Con-Fabulación hace parte de la separata especial sobre Cine Colombiano que será publicada en la revista Número 60.

Mientras el gremio de los cineastas y productores colombianos, donde abunda la hipertrofia de vanidades, junto a exhibidores y directivos que gerencian los dineros y trazan las políticas del cine nacional, no haga una generosa autocrítica de su responsabilidad en lo que se ha denominado el bajonazo del cine nacional, se seguirá echando mano de estadísticas con qué justificar este fracaso.

No se han dado cuenta de que la única neurona que le quedaba al espectador colombiano la han utilizado para descubrir que nuestras películas son igualitas a las telenovelas y que las terminarán emitiendo por televisión un domingo cualquiera.

¿Para qué pagar una boleta a un cine que no aporta ni plantea nada novedoso y que pueden ver gratis?

¿Hasta cuando estos señores van a insistir en la inútil e imposible creación de un cine como industria?

¿Hasta cuándo seguirán despilfarrando miles de millones en un cine que degrada la profesión y el oficio mismo de hacerlo?

Es una vergüenza que los dineros de la cinematografía nacional vayan a parar a los nuevos mercenarios del cine, instalados en Caracol TV y RCN, desde donde se impone una estética que insulta nuestra inteligencia, realizada por calanchines a sueldo sin la menor ética ni conocimiento de la profesión.

Están apoyando un cine de puños, patadas y puñaladas, haciéndoles el juego servil a estas poderosas programadoras y exhibidores, cuando esos dineros deberían destinarse a la creación de una cinematografía que tome riesgos creativos, de bajo presupuesto, que permitiría realizar hasta veinte largometrajes al año y distribuirlos por canales diferentes de los tradicionales y de donde no los echen a patadas.

Así se irá construyendo un público receptivo, abierto a nuevas historias y formas de contar. Lo contrario es seguir de bajonazo en bajonazo, donde sólo sobrevivirán los privilegiados del régimen, que reciben millonadas a manos llenas para enriquecerse aún más.

¿Cómo puede haber una industria del cine si los directores y productores megalómanos se empeñan tercamente en filmar en 35mm, lo que encarece la producción?

¿Cómo se puede pagar un presupuesto de $2.000 millones (US $ 800.000), que es el costo medio de una película colombiana, si no hay espectadores para ello? ¿Por qué persistir en esto? ¿Qué es lo que se esconde detrás de tanta insensatez?

Además, contar con el respaldo publicitario de los dos grandes canales de televisión no es ninguna garantía. Te amo, Ana Elisa, El ángel del acordeón, Nochebuena, Los actores del conflicto, Perro come perro, Ni te cases ni te embarques, lo han tenido y el público no respondió como esperaban. Satanás y Paraíso Travel no llegaron siquiera al punto de equilibrio.

En estas condiciones, obligan al cineasta a ser un perdedor nato y compulsivo con cualquier número de espectadores que entren a la sala. Si uno sólo quiere tener una gran imagen de creador cinematográfico, debe casarse con una modelo o presentadora de farándula, dejarla embarazada y estrenar la película para cuando el bebé nazca, así saldría en todos los noticieros y revistas de farándula. Los teatros se llenarían. Seguro. ¿Se imaginan a Luis Ospina casado con Andrea Serna o Laura Acuña (que escoja él), que la dejara preñada y apareciera al octavo mes de embarazo besándole la barriguita desnuda, en la portada de una de esas revistas rosa, para que su Tigre de papel la vieran millones? Al menos debería intentarlo. Hasta yo iría a verla.

Los únicos que ganan siempre en este negocio nefasto del cine son los exhibidores y los productores, que cobran sueldos millonarios o porcentajes escandalosos por administrar esos dineros públicos, mientras ahuyentan a los inversionistas que jamás recuperarán su dinero y a los que nunca se les advirtió de los riesgos que corrían. Precisamente por ellos se debería modificar la Ley de Cine, con el fin de que sus inversiones tengan el ciento por ciento de beneficio tributario. De esta manera, proyectos de mayor envergadura podrían producirse sin temor a que quien los propicie parezca un vulgar delincuente, como sucede ahora.

Es una obligación que los directivos de Proimágenes y la Dirección de Cinematografía apoyen seriamente la promoción y construcción de nuevos canales independientes de exhibición gratuita en las universidades, colegios, sindicatos, acciones comunales, casas de la cultura, para esta nueva cinematografía alejada de los circuitos tradicionales que únicamente producen irrespeto, dolor y frustración. Es deber de ellos que eso no ocurra más. Que ayuden a respetar a los creadores, que por el solo hecho de darles unos pesos crean que ahí finalizó la tarea. Que los futuros cineastas aprendan que no es importante insistir en que su película se estrene en esas salas donde no se les quiere y no hay quien las vea. Hay vida más allá de los multiplex.